LA MANO QUE APRIETA

viernes, 31 de octubre de 2008

El David de Miguel Ángel

El lugar:extremadamente amplio, tal vez el Zócalo del Distrito Federal mejicano, pero las calles que llevaban a ese espacio eran de Guayaquil.
Yo estaba ofreciendo una función de teatro y la ausencia de público era absoluta. La mujer que me acompañaba era un fantasma sin rostro que dependía absolutamente de mí.
Hubo muchas idas y venidas por ese Guayaquil que de pronto era Cali. Llovía o estaba terminando de llover.
En medio de ese tanto ir y volver, el lugar, que entonces me dí cuenta que se trataba de una ciudad italiana desconocida por mí, se llenó de gente. Una multitud se dirigía a la sala donde yo teóricamente iba a dar un espectáculo del cual no tenía la mínima idea de qué trataba, pero que había que atenderlo.
Corrí a ello. El gentío -húmedo- no me dejaba ver la taquilla... Hasta que de pronto pude ver que la muchedumbre en su totalidad pasaba de largo ante mi espectáculo y se dirijía, merced una escalera en caracol, a unas terrazas de mármol que había en las alturas. Llegué a esos terraplenes celestiales en medio de nubes amenazantes.
Ya no había gentío allí. Estábamos solos yo y el fantasmita que era un andrógino menor de edad.
De alguna forma habíamos cometido algún delito y volver a bajar por las escaleras era imposible. Entonces busqué por donde descender pues al fin y al cabo abajo había una taquilla que era el carozo de todo ese ambular. El fantasma tenía miedo.
Yo ya había decidido descolgarme por un tragaluz riesgoso con el fantasma al hombro, cuando apareció una señora elegante, la dueña o la directora de aquella institución (museo-iglesia), y me recomendó bajar por otro agujero, garantizándome: "Un día, un sobrino mío lo usó".
Para abrir el paso del agujero que recomendaba la señora tuve que quitar montones de tableríos y metales que cubrían el hueco que inevitablemente era funerario. Luego de un pesado trabajo, quedó un cuenco lleno de agua de lluvia, que rompí fácilmente y el agujero quedó a la vista. Era todo de mampostería y hormigón destrozado que dejaba ver al fínal, allá en el fondo, unas mayólicas de calidad. Bajar por él era peligroso, y más a mi edad en ese momento llena de factores reumáticos. Ante el temor del fantasmita le dije: "Yo bajo primero. Vos seguime apoyándote en mí -como lo ví muy acongojado lo quise calmar- No llores..." Y el fantasma muy serio, me contestó: "No voy a llorar".
En ese momento desperté.
El fantasma se disolvió en el éter. Prendí la televisión y por el canal Encuentro, ví un documental sobre el David de Miguel Ángel.

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