LA MANO QUE APRIETA

martes, 3 de junio de 2008

Sumatra

El problema de la contraseña es que cuando la cabeza simula estar en el lugar que está, con la disposición de escribir las pelotudeces más inimaginables, cuando todo está dispuesto a la irreverencia y a la reverencia, a perdonar y a castigar. En ese tío momento hay que recordar la forma de una milanesa, la contraseña que permite ingresar al continente por Cartagena para enseguida partir a Macao y volver con dos o tres cueros cabelludos frescos. Y el olvido es tan automático como el recuerdo. Así un travesti boliviano le reza a Dios en las alturas: "Recuerdame en la configuración de los destinos. No digas que yo dije pues he dicho y lo repito que la caducidad de las comunicaciones idiomáticas nos lleva a la putrefacción vitalicia, la de no acabar, la confusa, la entrecomillada". O sea, los límites de la vista previa y el instinto genésico argumentan la actualización de tiempos viejos. Efectivamente, allá por los años sesenta, los pedos se tiraban con onda y los calzoncillos anatómicos retorcían nueces de Adán y los hijos se autogestionaban en páramo de nabos, estaba de moda el puré de bicicleta. La palabra "carajo" resucitaba a los Golens escondidos en los baños de Constitución y Retiro. Cuando los pedos se petrificaban, los hondazos iluminaban las vías ferreas que atravesaban las pampas y los sauces y los cañaverales. Sumatoria de días de fuerte protesta.

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