Las falsas entradas conducen a lugares mayúsculos y minúsculos, propensos a la claustro y aerofobia. Las puertas de mentira (puertas al fín, aunque algunas estén pintadas hiperrealísticamente en las paredes) siempre están cercanas a alguna cerrajería que ofrece sus servicios las 24 horas del día.
Abrir puertas pintadas en paredes, se cobra más caro que abrir una puerta común, pues hay que hacer un agujero cerrajero con agujereador de hormigones armados (hormigas acorazadas) y usar llave explosiva que abre la puerta dibujada, en forma de buraco que permite introducirse en áreas que pueden resultar nuevas o antiguas. Produciéndose entonces, tanto reencontros como situaciones futuristas, así como balaceras espontáneas.
Alain Delon. Clarín. 8-ag-2014.-
miércoles, 30 de julio de 2014
martes, 29 de julio de 2014
lunes, 28 de julio de 2014
sábado, 26 de julio de 2014
[+/-] |
elongación prohibitiva |
Hablábamos labiábamos del arte de arrancar corazones a trompadas y de la confusión semántica de aquellos que autotitulándose "ladrones de corazones" robaban chorizos de las carnicerías.
La sensación, el sentimiento, emerge desdibujado neblinoso en el oriente de los cuerpos ejercitados neuróticos nudosos, como en las ilustraciones de la antigua revista española "Blanco y Negro".
F. Calo
viernes, 25 de julio de 2014
[+/-] |
a veces lo fusilan con algarabia |
El ir hacia el interior de lo construido, obedece a la miserabilidad de la sobrevivencia que resulta ser tan maravillosa como artificial. La luz interior. Esa que ilumina de adentro hacia afuera y llama la atención de los demás, de aquellos que al no entender al iluminado, lo apagan con matafuegos, cubriendo el centellear de su mirada con una bolsa de consorcio.
Más luego
La luz titila, navideña.
F. Calomeni
Más luego
La luz titila, navideña.
F. Calomeni
martes, 22 de julio de 2014
[+/-] |
mitológica carabela |
Era una carabela de adorno construida con madera, tela, y el mal gusto de lograr el objeto como escupida de jugador de fútbol. Mediría 15 x 20 cms. Alguien dejó el objeto a la intemperie por años, bajo lluvias, soles, tempestades y alimañas.
La madera se resquebrajó, las telas de los velámenes se deshilacharon. La carabela se mantuvo ahí reverberando naufragios, con sus mástiles quebrados, embelleciéndose frente a las adversidades, cayéndose a pedazos, manteniendo aspecto de navío. Entonces, de su interior surgieron un par de rinocerontes de 3 cms. de altura que -cuidadosos- se comportaron cual tripulantes, olisqueando nubes y lunas.
Galeón azul (detalle). Foto Calomeni.
La madera se resquebrajó, las telas de los velámenes se deshilacharon. La carabela se mantuvo ahí reverberando naufragios, con sus mástiles quebrados, embelleciéndose frente a las adversidades, cayéndose a pedazos, manteniendo aspecto de navío. Entonces, de su interior surgieron un par de rinocerontes de 3 cms. de altura que -cuidadosos- se comportaron cual tripulantes, olisqueando nubes y lunas.
Galeón azul (detalle). Foto Calomeni.
viernes, 18 de julio de 2014
[+/-] |
las hojas muertas |
Las hojas de los árboles, ¿mueren porqué cuando estaban vivas tenían sobrepeso?
Puede ser pues los agricultores las venden al peso y entonces la sobenaturalidad engrosa precios.
Con los seres humanos pasa lo mismo. El sobrepeso lleva al sobreprecio.
Por el contrario, la obesidad construida individualmente, responde a angustias existenciales favorecidas por predisposiciones fisiológicas.
Jaques Prevert escribe "Les feuilles mortes" y la canta Ives Montand.
Taller. Foto Calomeni.
Puede ser pues los agricultores las venden al peso y entonces la sobenaturalidad engrosa precios.
Con los seres humanos pasa lo mismo. El sobrepeso lleva al sobreprecio.
Por el contrario, la obesidad construida individualmente, responde a angustias existenciales favorecidas por predisposiciones fisiológicas.
Jaques Prevert escribe "Les feuilles mortes" y la canta Ives Montand.
Taller. Foto Calomeni.
viernes, 11 de julio de 2014
[+/-] |
el señor azul |
Convivíamos en un edificio lleno de espacios grandes (patios interminables, tragaluces, terrazas y terraplenes, sin ascensores). Convivíamos separadamente como sucede en las propiedades horizontales. Podríamos haber envejecido sin darnos bolilla, pero las pocas veces que nos cruzamos, concretábamos conversaciones intrascendentes. El que más hablaba era él e incluso me hacía preguntas. Era un personaje público, conocido. Tenía algo de regente y en nuestros encuentros primaba una mezcla de aburrimiento y asombro. Como que en vez de comunicarnos para tantear problemáticas, tomábamos resguardo el uno del otro. La situación, naturalmente sórdida, tenía el atractivo de no saber quiénes éramos o de intentar no saberlo. Ninguno de los dos éramos importantes en ese edificio ni en el mundo que nos contenía, sin embargo rabíabamos de egoismo farandulesco. Él con más razón que yo, por haber llenado con su imagen, diarios, revistas y televisiones.
Nunca supe que hacía ese hombre en el edificio donde yo vivía. Lo encontré -a solas- dos veces. Yo entraba y salía del edificio (por la zona de Constitución) y la puerta de calle tenía variaciones extrañas. Generalmente no cerraba bien, o directamente yo salía por una puerta que no era por la que había entrado.
Esto concluyó en una equivocación o tal vez ubicación definitiva. Porque entré al edificio y la puerta no podía ser cerrada. Sin cerradura, fácilmente se la podía abrir desde afuera con un leve empujoncito. Y en la calle había varios hombres. Ni se me ocurrió buscar a mi vecino que las dos veces que lo ví, vestía traje azul marino, y salí a la calle donde me desconocí. El lugar no era Constitución. Hasta dudé que me encontrara en Buenos Aires. Si, había a unos pasos, un bar de los de antes con largo mostrador y pocos parroquianos en el que me metí compulsivamente. Sobre una de las puntas del mostrador ví ofertados, a mano, varios platitos con anchoas en salmuera. Me acerqué a ellas pero retrocedí inmediatamente porque entonces lo volví a ver a él, que detrás del mostrador y sin reconocerme, ponía uno de sus ojos en las anchoas y el otro en mí, vigilando el más mínimo de mis movimientos.
91319 con antecesor.
Nunca supe que hacía ese hombre en el edificio donde yo vivía. Lo encontré -a solas- dos veces. Yo entraba y salía del edificio (por la zona de Constitución) y la puerta de calle tenía variaciones extrañas. Generalmente no cerraba bien, o directamente yo salía por una puerta que no era por la que había entrado.
Esto concluyó en una equivocación o tal vez ubicación definitiva. Porque entré al edificio y la puerta no podía ser cerrada. Sin cerradura, fácilmente se la podía abrir desde afuera con un leve empujoncito. Y en la calle había varios hombres. Ni se me ocurrió buscar a mi vecino que las dos veces que lo ví, vestía traje azul marino, y salí a la calle donde me desconocí. El lugar no era Constitución. Hasta dudé que me encontrara en Buenos Aires. Si, había a unos pasos, un bar de los de antes con largo mostrador y pocos parroquianos en el que me metí compulsivamente. Sobre una de las puntas del mostrador ví ofertados, a mano, varios platitos con anchoas en salmuera. Me acerqué a ellas pero retrocedí inmediatamente porque entonces lo volví a ver a él, que detrás del mostrador y sin reconocerme, ponía uno de sus ojos en las anchoas y el otro en mí, vigilando el más mínimo de mis movimientos.
91319 con antecesor.
lunes, 7 de julio de 2014
[+/-] |
el tiempo y el rocío |
La novela queda siempre en el tintero, en el éter, en la dimensión de los pucheros irreales. Por eso se le dice "la no escrita". Es una forma de llamar tildar denunciar a ese formalismo deglutido continuamente entre mamíferos que se alimentan del transcurso del tiempo, mediando sopas y vinos para disimular.
Si, el mucho recalentar novelas en el horno, desemboca en incendios.
La novela (detalle). F. Calomeni.
Si, el mucho recalentar novelas en el horno, desemboca en incendios.
La novela (detalle). F. Calomeni.
domingo, 6 de julio de 2014
[+/-] |
mi amistad con el chileno |
Me admiraba que los demás mortales viviesen, puesto que él, a quien amé como si no hubiera de morir, estaba muerto. Y todavía me asombraba más que yo mismo, que era su otro yo, siguiera viviendo después de su muerte. El que ha dicho de su amigo "mitad de mi alma" sabía lo que decía; yo sentía que mi alma y la suya habían sido una sola en dos cuerpos. Por esto aborrecía la vida, porque no quería vivir como mitad.
San Agustín.
sábado, 5 de julio de 2014
[+/-] |
anónimo dice... |
Un escape puede ser hablar en otro idioma. O, sin llegar a tanto, encontrar las palabras, si de palabras trata esta cuestión del palabrerío.
Los lenguajes se derraman en cataratas y no se pierden. El rescate de los significados está en que no se entienden y también en que se entienden, pues la muerte es vecina fiel.
Así, llega un mensaje a través de la puerta de calle: "Se ha producido un error en su expresión". Mensaje que suena a anónimo y que sin embargo está abalado por varias instituciones asociadas. Instituciones de bien común, sociedades anónimas.
Detalle de "Ubú cornudo". Fot. Calomeni.
Los lenguajes se derraman en cataratas y no se pierden. El rescate de los significados está en que no se entienden y también en que se entienden, pues la muerte es vecina fiel.
Así, llega un mensaje a través de la puerta de calle: "Se ha producido un error en su expresión". Mensaje que suena a anónimo y que sin embargo está abalado por varias instituciones asociadas. Instituciones de bien común, sociedades anónimas.
Detalle de "Ubú cornudo". Fot. Calomeni.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)